Risperidona

… marta mariana jesucristo nuestro señor jeova un hilo sin aguja en el piso en la escalera con mamá y el elefante que sueña con una muñeca pelirroja…

La puerta se cerró interrumpiendo su escritura. El zapato blanco destrozando una piedra blanca que dibujaba letras en el piso. Desde el piso volteó a ver el zapato y luego la pierna blanca con camisa blanca y el hombre con jeringa y aguja. Regresó a ver el piso, conteniendo la respiración, tensando los músculos. La temperatura corporal aumentó y en cuestiones de segundos se formaban gotas de sudor en su frente y las axilas mojaban la camisa verde que nomás le quitaban una vez a la semana. El olor le saturaba de sí mismo, de asco mientras escribía, mientras recordaba, mientras escuchaba Beethoven.

No sintió la aguja en su brazo, pero sí la Risperidona penetrando el músculo de su brazo y diluyéndose por el lado derecho de su cuerpo. Lo demás ya no lo sintió.

Esa noche la pasó sentado pensando en Dios, en su casa y en cómo hacer para salir de ese lugar. Durmió un poco y en ese tiempo tuvo pesadillas.

Se despertó en sudor frío, con sensación de miedo y asco y un sabor amargo en la boca reseca. Casi al mismo tiempo entró una persona que le pidió se parara e hincara junto a la delgada camilla pegada al suelo. Le puso esposas y le ayudó a levantarse. Fue llevado a través del pasillo de puertas cerradas y ventanillas cerradas hasta un cuarto con una mesa en medio.

Le ayudaron a sentarse y le esposaron las manos a la mesa. Una mujer entró. Su pantalón rosó una de las patas de la mesa antes de sentarse. Sacó de su portafolios un sobre amarillo que abrió. Tomó un puñado del interior del sobre y esparció las fotos sobre la mesa.

Quiso tomar un par de fotos, pero las esposas lo limitaron. Su estómago se le volteó y una vez más empezó a sudar frío. Las gotas que le corrían por la frente reflejaban la tapicería de cuerpos muertos, fotografiados. Durante un breve instante recordó a algunas de las personas en las fotos. Entre ellos reconoció a su alguna vez mejor amiga. Su quijada se trabó. Tomó una bocanada de aire y poco después vomitó sobre sí mismo, sin quitar la mirada de la foto. Estaba despierto, sin música, sin compañía, nomás él y lo que había hecho, sus recuerdos y su arrepentimiento.

Sollozos dieron entrada a un llanto salvaje, lleno de enojo, de resentimiento.

No tuvo mucho tiempo para gritar mientras lloraba pues entraron tres personas apresuradas, una de las cuales inyectó un líquido en su cuello que en unos segundos hizo efecto y lo dejó desmayado. Así lo llevaron a su habitación.

… mariana mentir moscas sangre jesucristo llorando en la ventana roja con marco de madera vergüenza malvado melón en la olla con sopa de lentejas…

Despertó cuando comenzaba a ocultarse el sol, una vez más en el olvido de su subconsciente y bajo el manto de las melodías de Beethoven.

 

(Escrito para los Fuegos Fatuos el 21 de septiembre de 2009)